Wes Anderson deleita en Cannes con su nuevo ‘juguete’ sobre familia, fe y negocios
‘The Phoenician Scheme’, que trata la relación de un magnate de los años cincuenta y su hija novicia, coincide en el concurso con la magnífica película brasileña ‘O agente secreto’


De alguna manera, las películas de Wes Anderson remiten al ritmo veloz e intermitente del código morse. The Phoenician Scheme, otra vez con banda sonora de Alexandre Desplat, es el nuevo juguete-código del cineasta: un juguete, eso sí, capaz de hablar de la familia, la fe y los negocios con una ligereza crepuscular nada sencilla. La nueva película del director de Moonrise Kingdom, que participó en Cannes hace dos años con la melancólica Asteroid City, es una deliciosa aventura sobre el reencuentro de un viejo magnate, Zsa-Zsa Korda (Benicio del Toro), con su única hija (Mia Threapleton), una luminosa novicia que no comulga con los modos de su padre en los negocios.
La película está dedicada al difunto suegro de Anderson, Faud Malouf, un ingeniero libanés que, como el personaje principal de The Phoenician Scheme, también guardaba sus proyectos en cajas de zapatos. Cuando Malouf empezó a sufrir demencia, le enseñó a su hija aquellas cajas llenas de proyectos en marcha por medio mundo.
Korda-Del Toro es un hombre con siete vidas al que vemos subir y bajar al purgatorio cada vez que está al borde de la muerte. Es allí, en el interior de un ataúd, cuando Korda despierta y decide que debe reencontrarse con su única hija para nombrarla heredera, y que ella se ponga al frente de sus negocios. The Phoenician Scheme es la historia de la redención de un hombre ante Dios (la representación de los personajes bíblicos es ingeniosa y divertida, con ese aire de montaje teatral escolar tan propio del cineasta) y, sobre todo, ante su hija, que también lidia con sus problemas de fe.

Anderson vuelve a reunir a sospechosos habituales de su cine (Bill Murray, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Mathieu Amalric, Jeffrey Wright, Bryan Cranston y Benedict Cumberbatch) pero la película es menos coral que otras, y Del Toro es, junto a Threapleton, la presencia principal. Ambos, muy bien en sus papeles, aparecen escoltados por un tercer personaje, el tutor del resto de los hijos del magnate en la piel de un graciosísimo Michael Cera, un profesor-espía-entomólogo con bigotillo a lo Errol Flynn que cada vez que sale en plano se roba la película. Anderson y Cera nunca habían trabajado juntos y tras ver el resultado en Cannes dan ganas de más.
Como es habitual en su universo, estamos ante una historia rocambolesca con barcos, aviones y hasta arenas movedizas en la selva. Escrita junto a Roman Coppola, posee el encanto de sus buenas películas. Todo parece meticulosamente bajo control y, a la vez, todo resulta espontáneo. Korda es un empresario megalómano de la vieja escuela que remite a magnates de los cincuenta como Aristóteles Onassis, o anteriores, como Calouste Gulbenkian. Arrogante y oscuro, siempre está apretando y chantajeando a sus socios comerciales (eso no parece tan de otra época, por desgracia).

La nueva obra de Wes Anderson coincidió este domingo con una de las mejores películas vistas en el concurso, O agente secreto, la nueva creación de Kleber Mendonça Filho. Es una historia con íntimas conexiones con su anterior película, Retratos fantasmas, y con la ciudad de Recife, otra vez, de fondo. Con muchos ecos —y preciosos homenajes— al cine de los años setenta, especialmente a Tiburón —película que casualmente cumple medio siglo este año— O agente secreto resulta vibrante (por su ritmo, por sus personajes, por su color) durante sus dos horas y cuarenta minutos y asombrosa en su desenlace final. Protagonizada por Wagner Moura es un retrato de la dictadura brasileña a través de un thriller político muy coral en el que emerge de forma emocionante una reflexión sobre la desmemoria del presente, y eso incluye también la destrucción del propio cine.
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