‘Pequeños calvarios’, la comedia valenciana que mapea manías, obsesiones y miedos
El cineasta Javier Polo proyecta su primer largometraje de ficción en el Festival de Alicante

El relojero es un genio, de los que ya no quedan, el mejor en su oficio. Trabaja en ropa interior, da vueltas sobre sí mismo, casi baila con los relojes antes de desmontarlos y, lo más importante, escucha mientras trabaja el programa de radio Pequeños calvarios, un consultorio al que llama cada día gente desesperada, maniática, hipocondríaca, misántropa. El relojero escucha. “Simple y llanamente, el mundo está loco”, dice. Luego, como quien arregla un reloj, con sus mecanismos y sus herramientas, se dedica a intervenir en las vidas de los oyentes, no siempre para arreglarlas.
La historia del relojero semidiós es el eje central de la película Pequeños calvarios, dirigida por Javier Polo, una comedia negra con dirección, reparto y escenarios valencianos que se estrenó en la Sección Oficial no competitiva del Festival de Málaga y ahora se proyecta en el Festival de Alicante, con la producción de Los Hermanos Polo, Japonica Films, Paloma Negra Films y Whisky Content. En el reparto, Enrique Arce, Arturo Valls, Javier Coronas, Marta Belenguer o Berta Vázquez.
El relojero Carlo (Pablo Molinero) es la columna vertebral que une cinco historias autoconclusivas de personas depresivas, solitarias, encerradas en sus obsesiones, profundamente humanas. El relojero escucha y da cuerda a su reloj. Se imagina a quien llama a contar sus penas a la radio. Y susurra: “Déjame ayudarte yo me encargo”. Y se encarga.
Paola y Pisco (Andrea Duro y Rubén Bernal) ya no están como antes, como cuando empezaron a salir. Ella ha llamado a Pequeños Calvarios para decir que lo nota raro, que no le hace caso, que se siente invisible. Que él solo piensa en su perro, Fantasma. En esta primera historia, la tensión se libera cuando Fantasma se pierde.
“Mi padre es psiquiatra y, con ese background que he mamado desde pequeñito, siempre he observado los comportamientos de las personas de mi alrededor y los míos propios, y creo que es terapéutico trabajarlos desde el humor”, asegura Javier Polo, quien también firmó en 2020 el excéntrico documental El misterio del Pink Flamingo. Los personajes de Pequeños calvarios son tipos raros, absurdos y están de los nervios, pero el director cree que casi se han quedado “cortos” a la vista de “lo que está pasando en el mundo, con la cantidad de títeres y de gente al volante que parece mentira que haya llegado allí”. Por eso, aunque las historias son independientes entre sí, “todas van acumulando en el espectador una sensación de agobio, de que la mochila cada vez es más pesada”.
Vicent (Vito Sanz) se muere. Lo sabe con certeza, y por eso ha reunido a sus amigos, para decírselo, para disfrutar juntos de una última cena. Vicent se muere, esta vez sí, no como cuando pensó que tenía ébola, o cuando pensó que tenía un melanoma, o cuando creyó que tenía un tumor cerebral fatal. Porque Vicent es hipocondríaco, pero los hipocondríacos también se mueren.
En esta segunda historia, hay una mesa y un restaurante, y la cámara da vueltas en torno a esa mesa como en un baile, porque nada se ha dejado al azar. De la dirección de fotografía se encarga la valenciana Beatriz Sastre, que explica que el universo de Javier Polo siempre es “muy colorido, con un trasfondo más oscuro y un tono irónico” y que, visualmente, buscaban sobre todo “crear un universo en el que pareciera que todas las historias estaban pasando a la vez”. Ese universo abarca València -con escenarios reconocibles como el barrio de Russafa o la tienda de discos Oldies- pero también Benidorm, Benicàssim y Castelló. Un universo caluroso, porque el rodaje tuvo lugar en un verano en el que “se rozaron los 48 grados”, como recuerda Polo, y con el que el reparto se tuvo que familiarizar a la carrera, porque toda la película se rodó solo en cuatro semanas.
“Soy lanzado en ese sentido, soy un poco cafre”, reconoce el director, para quien el empeño en un cine de autor desenfadado y experimental supone “más dolores de cabeza y más problemas para financiar las cosas, sobre todo”, pero también el convencimiento de que existe “una idea y una manera de contar las cosas que quizás no es tan habitual en este país y que tiene que ver con el humor y con las vidas de la gente que ves por la calle”. Y con sus pequeños calvarios.
Sofía (Marta Belenguer) llama a la radio para decir que a ella no le pasa nada. Que tiene la vida resuelta, una vida sana, tranquila, en paz. Sofía es profesora de yoga en su casa, donde se pasa el día metida: hace comidas sanas y se da baños relajantes. Pero la paz se trunca cuando se instala en el piso de al lado una nueva vecina.
“Yo creo que las zonas oscuras son las más interesantes”, confiesa Marta Belenguer. La actriz cita a David Lynch que, en un acto en Madrid, ya mayor, habló de meditación trascendental y de cosas luminosas durante horas. “Le pregunté por qué en sus películas no habla de meditación y de luz sino de todo lo contrario, y me respondió que, al final, eso es lo interesante, las bajas pasiones y los dramas, el conflicto”, rememora. Pero agradece, también, la comedia y el humor, porque “hacen pensar” y “lejos de separarnos de la historia, nos la acercan”. En su casa-burbuja, a su personaje le llega del piso de al lado la voz de un loro. “Vivan las pesetas”, repite incesantemente. Una muestra del humor absurdo que, para Belenguer, ha sido “una fantasía”.
Manuel (Enrique Arce) se sincera en el programa de radio: “me da pereza la gente”. Solo quiere que le dejen hacer su vida, no tener que socializar y, sobre todo, irse de vacaciones al camping al que va desde hace veinte años, donde siempre le dejan estar callado en su caravana, leer sus libros, beberse sus cervezas. Pero este año no.
“Sí, el guion parece que es muy enloquecido, pero ¿cómo está el mundo hoy en día?”, se pregunta Enrique Arce. El actor que da vida a Manuel cree que el mérito de la película está en “sobredimensionar el microcosmos de locura que todos vivimos” y hacerlo “desde el desbarre, desde la diversión, desde ir a jugar a lo máximo posible”. “Sabes que estás haciendo algo chulo y pasándolo bien cuando cortas y ves al cámara descojonado”, asegura. El valenciano cree que su personaje es “un tío normal” al que sus compañeros “no dejan en paz”. “Se nos castiga muchas veces por querer esa introspección, parece que siempre tienes que estar conectado, siempre tienes que estar generando contenido y, si no, eres un apestado”, denuncia.
Pero todos los personajes, también el relojero, tendrán que enfrentarse a la realidad y al tic-tac del paso del tiempo. “Queríamos que en ‘Pequeños calvarios’ todo girara en torno al tiempo que estamos en el mundo, al hecho de que estamos de paso”, asegura Javier Polo. Aunque te hayas obsesionado con tu perro, aunque no salgas de tu casa, aunque temas a tu propio cuerpo o aunque busques una vida aislada de los demás, concluye el cineasta, nada te protege del hecho de que “vivimos en una cuenta atrás y en parte depende de uno llenar el tiempo con más alegría o menos”. O, por lo menos, de sobrellevar esos pequeños calvarios cotidianos “con toda la salud mental que sea posible”.
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