El Papa progre
Resulta incomprensible que tantas figuras supuestamente críticas con el poder se arrodillen ante el jefe del Vaticano


Leila Guerriero hacía en este periódico un recuento de todas las veces que el Papa manifestó una cara distinta de la que transmite la eficaz propaganda del régimen teocrático que presidía y con el que ha sido ungido por algunos medios. Cuando anunciaron la muerte de Francisco, yo me acordé de una de sus declaraciones, recogida también por Guerriero, cuando en un avión lleno de periodistas vino a justificar los atentados de Charlie Hebdo y el asesinato de aquellos que ofendieran los sentimientos religiosos. ¿Ese era el pontífice más progresista de la historia? Entonces los otros deben de estar a la altura de los genocidas exterminadores.
En ese parlamento había una inaudita comprensión de la violencia por razones religiosas que destilaba cierta nostalgia por un pasado en el que el Vaticano podía castigar a los herejes sin ser cuestionado por el molesto orden democrático. Resulta incomprensible que tantas figuras supuestamente críticas con el poder se genuflexen ante el jefe del diminuto Estado romano y más si tenemos en cuenta los índices de secularización de nuestras sociedades.
Tampoco parecen caer en la cuenta de la hipocresía que supone estar predicando en favor de los inmigrantes y los pobres mientras se sigue conservando un capital astronómico acumulado mediante la extorsión, los abusos y los pactos injustos. El Papa sería muy solidario con la viejecita desvalida y abandonada en su minúsculo y miserable pisito, pero no por eso decidió pagar el IBI como hace ella y cualquier pobre que tenga en propiedad el techo bajo el que vive.
Y en cuanto a los inmigrantes, esa humanidad de palabra resulta conmovedora si no fuera porque, que sepamos, nunca ha venido acompañada de grandes desembolsos para atender a los náufragos y los desamparados. Y hay que recordar también que la Iglesia tiene en los países emergentes un vasto terreno para sembrar y luego recoger a los futuros creyentes dado que hay más ciudadanos que aún no tienen la visión crítica de la religión que tanto abunda en el Viejo y pagano Continente y ni la cultura democrática ni el feminismo no han infectado las mentes de los más desgraciados.
Siempre es más fácil convertir al catolicismo a quien ya cree en otro Dios que seducir a ateos y descreídos que conocen la historia de una organización que pretende seguir perpetuando un poder indecente. Y la palabrería de la caridad y la misericordia, vaciada de acciones concretas y sin presupuesto, no es más que una forma de proselitismo, una inversión a largo plazo.
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