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Bogotá marca un récord entre las grandes ciudades latinoamericanas que sufren la crisis del agua

La capital de Colombia, tradicionalmente famosa por su clima lluvioso, cumple este viernes un año de racionamiento del servicio

Residentes recogen agua de un camión de distribución en Bogotá, en abril de 2024.
Santiago Torrado

Aunque nunca alcanzó el temido Día Cero que fijó la Alcaldía en sus campañas para reducir con urgencia el consumo, Bogotá cumple este viernes un año de racionamiento de agua. Los ocho millones de habitantes de la capital de Colombia, que se levanta en la meseta verde y fértil de la Sábana de Bogotá, enclavada en la cordillera de Los Andes, han experimentado los últimos 12 meses una escasez del líquido similar a la que ya han sufrido otras grandes urbes, pero que se consideraban más vulnerables que una ciudad tradicionalmente famosa por su clima lluvioso. Ciudad de México o São Paulo, las dos megaurbes latinoamericanas, también han pasado por su propia ‘travesía por el desierto’.

Los días del impopular racionamiento quedan atrás. “La crisis de agua más grave en la historia de Bogotá ha terminado”, dijo el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, al anunciar justamente este viernes que los cortes se levantan a partir del sábado. “Es el momento de advertir que el posible fin del racionamiento no puede llevar a pasar la página y a cerrar la discusión urgente y necesaria no solo sobre la provisión de agua para Bogotá, sino también en relación con el uso que la gente le está dando al líquido”, señalaba el periódico El Tiempo en vísperas de la esperada noticia. “De una forma dura los bogotanos nos hemos dado cuenta de que los recursos naturales no son inagotables. Si algo ha enseñado este racionamiento, es que es necesario cuidar el agua, darle buen uso y buscar cómo reutilizarla”, enfatizaba en su editorial sobre el año de restricciones.

La historia es conocida. Bogotá se surte de los embalses que la rodean, con el páramo de Chingaza como su mayor despensa de agua. El fenómeno El Niño, reforzado por el cambio climático, se dejó sentir en 2024 con días secos y altas temperaturas, por lo que los páramos no retuvieron tanto líquido como de costumbre. La indescifrable sequía que sacudió al sexto país más rico del mundo en agua dulce recordó que su capital es vulnerable a los eventos climáticos extremos, y que los páramos se ven cada vez más afectados por el calentamiento global. Cuando se diseñó el sistema de embalses, tiempos de sequía tan drásticos eran inimaginables.

Desde el primer momento, los bajos niveles del Sistema Chingaza han sido la mayor preocupación. El lema de no desperdiciar una sola gota se convirtió en un mantra. El alcalde Galán puso en marcha desde el 11 de abril de 2024 el racionamiento de agua, que se relajó fugazmente, pero volvió al esquema original de 24 horas sin servicio cada nueve días, según la zona de la ciudad. Ha sido un esfuerzo de largo aliento. En medio de sus constantes llamados a reducir la demanda, la Alcaldía incluso estableció un Día Cero que activaría medidas más restrictivas si el nivel del Sistema Chingaza descendía al 36% de llenado. Por fortuna, nunca ocurrió.

La escasez ha servido para que los bogotanos se familiaricen con sus fuentes de agua. En condiciones normales, cerca del 70% del líquido proviene del Parque Natural Nacional Chingaza, un delicado ecosistema de bosques y páramos. Allí se levantó a partir de 1969 –cuando Chingaza aún no era declarado un parque natural– un sistema artificial de recolección. El Sistema Tibitoc, que potabiliza el agua del río Bogotá, solía aportar en torno al 25% mientras que otro páramo cercano, el de Sumapaz, el más grande del mundo, entrega el 5% restante. Las autoridades han incrementado la participación de Tibitoc –es decir, del río Bogotá– para aliviar la presión. En este momento, aporta 44% y Chingaza 53%, de acuerdo con los datos más recientes de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado.

A pesar de todas esas particularidades, la travesía bogotana recuerda las de otras grandes urbes que han sufrido la escasez del líquido. Ciudad de México, una urbe en la que habitan casi 10 millones de habitantes y que se mezcla con los otros doce millones que integran los municipios conurbados de su área metropolitana, es desde hace varios años un ejemplo de cómo la crisis del agua está azotando a los centros de población más vulnerables, informa Erika Rosete desde la capital mexicana. A los problemas estructurales en el suministro, la desigualdad en el , las fugas y la contaminación se han sumado nuevos récords de temperaturas máximas y una sequía que se ha extendido durante los últimos tres años.

CDMX, como ahora se conoce a la capital, vive un profundo estrés hídrico. En 2024, algunos expertos alertaron de que la capital podría llegar a su propio Día Cero donde no quedase agua para nadie, una situación que atravesó Ciudad del Cabo (Sudáfrica) en 2018. Hasta el final de este mes de marzo, el Monitor de Sequía de México reportaba sequía severa en seis estados del norte del país, y sequía extrema en cinco de ellos. La capital todavía no está en esos registros. Pero la reciente creación de la Secretaría del agua capitalina ya figura como una de las medidas fuertes de las autoridades locales para enfrentar un futuro con condiciones climáticas cada vez más extremas.

El embalse de Chuza en el páramo de Chingaza, en octubre de 2024.

En el país norteamericano, la escasez de lluvias el año pasado provocó que el sistema Cutzamala —una red de presas que abastece el 30% del suministro a Ciudad de México desde otros Estados; el otro 70% proviene de pozos y del acuífero— descendiera a niveles nunca antes vistos. Por eso, tras el primer bimestre de este 2025, el Gobierno de la capital ha puesto en marcha un sistema de distribución de agua controlada. Barrios que verán reducido el suministro hasta la época de lluvias, cuando esperan que el sistema recupere capacidad. Ciudad de México está construida sobre una red de lagos inmensos, aun así hace algunos años México batió el récord como el país que más compraba agua embotellada. Un conjunto de problemas y paradojas que llevan al límite a este gigante de más de 20 millones de habitantes.

También São Paulo, la otra megalópolis latinoamericana con 22 millones de habitantes en su área metropolitana, sufrió hace diez años una larga sequía que la llevó a restringir el servicio. La ciudad recibe agua de seis sistemas de represas. La más grande, Cantareira, fue la más afectada, al punto de que la perspectiva del Día Cero acechó a la ciudad. En un punto, le quedaban menos de 20 días de agua. Aunque no se llegaron a implementar turnos formales de racionamiento, se redujo la presión y hubo casas sin agua 12 horas al día. Ante la posibilidad de que se agotaran las reservas, se llegó a debatir la opción de cortes prolongados de hasta cinco días sin líquido por semana. A pesar de que la sequía es un problema crónico en el nordeste de Brasil, la escasez nunca acabó de sensibilizar a la región más rica del país. El gigante sudamericano alberga cerca del 12% de las reservas de agua dulce del planeta.

De regreso a Bogotá, la crisis –de momento superada– abre un escenario en el que urge encontrar alternativas. El agua de Chingaza corresponde a la cuenca de la Orinoquía. La posibilidad de construir allí un nuevo embalse, que se baraja desde hace años, se topa con la oposición de los pobladores de los llanos orientales, pues consideran que disminuiría los caudales de los ríos de los cuales depende esa región. Otra posibilidad es aprovechar los acuíferos, a la espera de evaluar en detalle el potencial del agua subterránea, entre las varias alternativas a futuro que ya estudia la ciudad.

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Sobre la firma

Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.
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