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Gaza agoniza, Israel también

Si la Franja deja de existir como un territorio palestino habitado por palestinos, tampoco sobrevivirá la idea secular de un Estado sionista y democrático

Manifestación contra Israel en Atenas, este sábado.
Lluís Bassets

Quien quiere ver lo ve. Basta con abrir los ojos. Difícil que no conmueva a quien tenga todavía un atisbo de humanidad. Muchos no se atreven a mirar de frente. Menos todavía a alzar la voz, ni a nombrar lo que están viendo. Habrá quien busque excusas, equivalencias y simetrías, explicaciones para lo que no tiene explicación razonable alguna. Para seguir ocultándolo todo, las imágenes terribles, las cifras escalofriantes, el horror. Los más, por intereses políticos o simplemente materiales. O por deshumanizada indiferencia, quizás peor que la auténtica y culpable identificación con el crimen y sus propósitos.

Es colosal el esfuerzo de ocultación. Su dimensión y el nombre que le corresponde. Prohibido el a los medios de comunicación extranjeros. Las cifras de periodistas muertos bajo las bombas dan la dimensión del apagón. Todos los medios de comunicación israelíes, salvo solitarias y ejemplares excepciones, al servicio del silencio. La diplomacia, volcada a la propaganda, al estrecho marcaje de los gobiernos y al ataque preventivo. Y las agencias de relaciones públicas, naturalmente, los grupos evangelistas, ciertos fabricantes de armas, empresas de seguridad y espionaje, la nueva extrema derecha trumpista y los supremacistas y fascistas de siempre, viejos y nuevos antisemitas auténticos que denuncian el antisemitismo.

Llegan datos escalofriantes sobre la opinión pública israelí. No es que el campo de la paz haya sido engullido por la guerra. Peor aún. Avanzan los partidarios del exterminio, la deportación y la conquista del territorio entero entre el mar y el río Jordán. Como el islamismo de Hamás, pero al revés, el sionismo violento, teocrático y mesiánico del Gran Israel. Según una encuesta encargada por la Universidad de Pensilvania, de una muestra de 1.005 ciudadanos judíos israelíes, el 82% está de acuerdo con la expulsión de los palestinos de Gaza y un 56%, con la expulsión y la desposesión de la ciudadanía a los palestinos israelíes.

La “incorrección” del cuestionario, subrayada por el diario Haaretz, permite preguntar si es necesario matar a todos los habitantes de las ciudades conquistadas siguiendo los ejemplos bíblicos. Es mayoritaria la opinión afirmativa entre los judíos religiosos: el 60% de los tradicionalistas, el 59% de los ortodoxos y el 63% de los jaredíes. No es menor el 31% de los seculares que comparten tales opiniones criminales. Según otras encuestas, Benjamín Netanyahu no cuenta con el favor ni siquiera de estas despiadadas mayorías. Quieren que se vaya, quizás para que llegue algo todavía peor, pero el primer ministro se aferra a la guerra. Así mantiene viva su coalición, no va a la cárcel por corrupción y evita el rendimiento de cuentas por los fallos de seguridad del 7 de octubre y la desastrosa conducción de la guerra.

Envuelto en la bandera imbatible del combate contra el antisemitismo, abomina de quienes piden “libertad para Palestina”, que iguala al Heil Hitler de los nazis, y califica de “libelos de sangre” las denuncias de un genocidio en Gaza. Como si los 15.000 niños fallecidos bajo las bombas salieran de las medievales calumnias con las que se acusaba falsamente a los judíos del asesinato de infantes cristianos en rituales religiosos. Gritar “muerte a los árabes”, en cambio, o pedir balas en vez de suministros para los gazatíes y jalear las muertes infantiles (“ya no hay escuelas en Gaza, ya no quedan niños”) no son apología del genocidio, sino la legítima libertad de expresión de Itamar Ben Gvir, el ministro de Seguridad Nacional, y de sus fanáticos seguidores en sus provocaciones rituales en la Explanada de las Mezquitas de esta pasada semana.

Los palestinos no existen ni importan para la mayoría en Israel. Pocos creen que haya víctimas palestinas inocentes. Todo es responsabilidad de Hamás y de quienes le votaron en 2005, o de sus padres si no habían nacido, como es el caso de la mayoría de los muertos gazatíes. Solo cuenta la matanza perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023. La guerra cruenta avanza porque la guerra psicológica ya ha terminado con la victoria de quienes niegan, ya no el sufrimiento del otro, sino su mero derecho a existir. Es la negación de la mejor filosofía judía, representada por Martin Buber o Gershom Scholem, que propugnaban una Palestina binacional o federativa, compartida por las dos naciones vinculadas a la misma tierra.

Solo una paz justa y sostenible, que no genere más guerras, daría algún sentido a las guerras sin sentido. Los europeos sabemos que no es una utopía. Si Gaza deja de existir como territorio palestino habitado por palestinos, también dejará de existir Israel como idea secular de un Estado sionista y democrático. Israel no será referencia para nadie, ni para los demócratas ni para los judíos de todo el mundo. La garantía de su futuro no es la guerra sin fin, sino el respeto y la convivencia en paz entre árabes y judíos, libres e iguales.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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