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Cine
Tribuna
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Nadie se salva solo: Trump y los aranceles al cine

Pretender que el cine extranjero es ‘competencia desleal’ es no entender que hoy más que nunca, el cine se crea y produce en colaboración. Si el tema es la ‘batalla cultural’, es porque no se comprende a los espectadores

El actor argentino Ricardo Darín en una escena de 'El Eternauta' de Netflix.

El Eternauta, la serie argentina basada en el clásico de Héctor Germán Oesterheld, es hoy la número uno del mundo en Netflix. Mientras la industria audiovisual argentina celebra este hito histórico, el INCAA, organismo estatal encargado del fomento de ese sector, ha anunciado que este año no apoyará ni financiará ni una sola película nacional. Cero, nada. Tal como el vacío por donde camina el protagonista de esta ficción distópica. Esto, como consecuencia directa de las políticas de Javier Milei, quien ve en el cine no a una industria, sino a otro contrincante más en la llamada ‘batalla cultural’.

Esta paradoja se vuelve aún más compleja si miramos hacia Estados Unidos, donde Donald Trump ha declarado un nuevo objetivo en su batería de medidas proteccionistas: imponer un arancel del 100% a las películas extranjeras.

La contradicción no podría ser más clara: gobiernos que se dicen proempresa, procrecimiento y proexportación, tomando medidas que podrían lograr exactamente lo contrario. El cine, en este primer cuarto de siglo, se ha convertido en una industria global de colaboración, intercambio y coproducción. Frenar ese flujo podría ser un tiro de gracia para un sector que ya ha enfrentado desafíos mayores en este mismo período.

Es importante observar los datos. Las películas coproducidas internacionalmente se estrenan en más del doble de mercados que las de producción nacional (77% frente a 33%) y logran recaudar, en promedio, casi tres veces más en taquilla. Es decir, no sólo tienen mayor alcance, sino que son económicamente más exitosas. En América Latina, el 67% de las películas seleccionadas en festivales internacionales entre 2015 y 2024 fueron coproducciones, muchas con socios europeos. Estos números revelan algo fundamental: el cine que viaja es, en gran parte, el cine que se hace en colaboración.

Donald Trump en la Casa Blanca, el 8 de mayo.

Este fenómeno ha sido posible gracias a políticas públicas e incentivos cruzados. En la última década aumentó un 39% el número de programas de incentivos a la producción audiovisual en el mundo, incluyendo exenciones tributarias, fondos concursables y film commissions que facilitan rodajes internacionales. Solo Chile ha suscrito más de 20 acuerdos de coproducción internacional en los últimos 25 años, con países como Argentina, Francia, España, Brasil, Alemania, México, Italia y Canadá, entre otros. Estos convenios permiten que las obras se beneficien de apoyos estatales en ambos países y facilitan su circulación internacional, fortaleciendo la presencia del cine chileno en festivales y mercados globales. Y no se trata solo de cultura: se trata también de industria. Por ejemplo, en nuestro país los servicios de filmación para producciones extranjeras pasaron de entre 3 a 5 millones de dólares en 2007 a más de 45 millones en 2019.

Así es como se forjan las condiciones para que un país como Chile —o en este caso, Argentina— produzca una serie como El Eternauta: décadas de inversión, de profesionalización, de políticas que entendieron que el cine no es solo identidad, sino también economía, trabajo, innovación tecnológica y posicionamiento internacional.

Frente a eso, las medidas proteccionistas suenan, más que a estrategia, a una amenaza fantasma: un gesto populista que desconoce por completo cómo funciona hoy la industria audiovisual global. Hollywood no sólo exporta, también invierte, coproduce y distribuye contenidos de otras regiones. Plataformas como Netflix o Amazon se alimentan del talento y las historias que emergen desde México, Corea del Sur, Francia, Argentina o Chile.

Pretender que el cine extranjero es ‘competencia desleal’ es no entender que, hoy más que nunca, el cine se crea y produce en colaboración. Si el tema es la ‘batalla cultural’, es porque no se comprende a los espectadores: cada vez más globales, más curiosos y menos dispuestos a conformarse con una cartelera cerrada al mundo. Porque si se levanta un muro, los primeros en perder serán quienes se queden del lado de adentro.

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