¿Se ha vuelto ‘woke’ la psicología actual?
Lejos de etiquetas de consumo rápido y de ejercicios ideológicos de rechazo al progreso, los enfoques inclusivos en la salud mental son más necesarios que nunca

¿Se ha vuelto woke la psicología actual? ¿El enfoque inclusivo en salud mental es una moda? ¿Por qué las generaciones más jóvenes de profesionales de la salud mental cuestionan estándares de la psicología más mainstream? Las críticas que han recibido recientemente figuras destacadas como Marian Rojas Estapé o Rafael Santandreu son el reflejo de un ferviente debate que vislumbra unas líneas cada vez más finas entre ciencia y perspectiva social.
El término woke surgió en comunidades afroamericanas a finales de la primera mitad del siglo XX haciendo referencia al despertar de la conciencia social y la sensibilidad hacia las injusticias raciales que se producían en aquel momento histórico en Estados Unidos. Su uso tuvo un momento de gran resurgimiento tras el movimiento Black Lives Matter (BLM) en la década de 2010. En los años siguientes surgieron nuevas acepciones: también se comenzó a utilizar para referirse a la toma de conciencia de temas globales de justicia social, equidad de género y falta de derechos para la diversidad sexual y de género, entre otras poblaciones estigmatizadas. En los últimos años, de la mano del creciente cuestionamiento de los movimientos progresistas y en un momento de auge de figuras políticas que alientan esta mirada, el término woke se ha comenzado a utilizar como forma de burla y en tono peyorativo. Quienes se sirven de él con esa intencionalidad buscan manifestar un rechazo a los progresos, al activismo de algunos grupos y a la supuesta corrección política que parece asfixiar a segmentos más conservadores.
La psicología ha evolucionado significativamente para volverse más consciente de la relevancia de los factores sociales y culturales con el fin de poder explicar adecuadamente el funcionamiento psicológico individual y grupal, así como los estados de salud y de alteración mental. En el presente, estos progresos están despertando debates acalorados entre profesionales y académicos del ámbito, que cuestionan dónde se encuentran los límites de la psicología como ciencia o si esta disciplina, por el hecho de incluir nuevas miradas, está involucrándose excesivamente en el activismo social.
A lo largo de la historia, la psicología ha sido definida de diferentes formas, y todas ellas han sido el reflejo del contexto sociopolítico y cultural del momento. Las primeras definiciones se dieron en la Edad Media, momento en el que se ponía el foco en el estudio del alma. En ese momento histórico la psicología no tenía entidad como ciencia independiente, era tan solo una rama de la metafísica. La revolución científica, que promovió el pensamiento racional y empírico, trajo consigo definiciones que reflejaban el ánimo de la psicología de ser reconocida como ciencia. Este poso tuvo su momento álgido a finales del siglo XIX —cuando Wilhelm Wundt fundó el primer laboratorio de psicología— y en el XX, con la llegada del conductismo.
A partir de aquí, la psicología, fuertemente influida por el pragmatismo y capitalismo estadounidense, se definió como la ciencia que estudia el comportamiento humano. Este enfoque puso su énfasis en aplicar el método científico de forma radical, dejando fuera de su paraguas toda realidad que no fuera cuantificable, medible y observable. Un enfoque reforzado por una comprensión de la salud puramente biologicista, modelo imperante en la medicina. Afortunadamente, la estrechez de este enfoque derivó en una crisis del modelo y trajo consigo nuevas definiciones que pusieron su foco en los procesos mentales y cognitivos (la percepción, la atención, el pensamiento, la emoción o la memoria).
Pero no ha sido hasta la llegada del siglo XXI que se han producido cambios profundos. Hasta aquí, los esfuerzos de la ciencia siempre habían estado vinculados a la comprensión del funcionamiento mental y conductual del individuo, pero el excesivo zoom realizado en la persona había impedido estudiar la relevancia que tienen los contextos sociales y la relación que el individuo y su contexto establecen (ambos en las dos direcciones).
Es así como llegamos al presente, a una psicología inclusiva y crítica, que pretende aprender de sus propios errores pasados. Sin embargo, la psicología para masas que ha obtenido mayor alcance (derivada de la autoayuda o del uso que han hecho de ella figuras mediáticas) no refleja los retos que afronta la sociedad en el abordaje de la salud mental y en la promoción de la equidad y la justicia social. Simplemente reproduce ideas del pensamiento hegemónico que en muchos casos perpetúan una mirada individualista en la que “todo depende de ti”.
Si una psicología woke es la que trata de fomentar el bienestar atendiendo a las particularidades de las personas, teniendo en cuenta la estructura social, si supone cuestionar creencias sociales arraigadas promoviendo una mirada crítica y basada en evidencia, entonces sí. La psicología que necesitamos en las consultas, en los sistemas sanitario, educativo y comunitario y en la divulgación actual debería ser más woke que nunca.
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